CATALÀ

ESTÍMULOS, CARICIAS Y REFUERZOS

La importancia del estímulo desde antes de nacer


Una de las necesidades básicas del ser humano es la de estímulo o sensación. Antes de nacer, ya recibimos información a través de nuestros sentidos: los movimientos de la madre dan un masaje continuado al cuerpo del pequeño o pequeña. Esta estimulación es muy importante en el desarrollo del sistema nervioso del niño o la niña. Hacia el sexto mes de embarazo el oído ya es capaz de sentir el latido del corazón, los ruidos internos del cuerpo de la madre e incluso las voces de los que se encuentran muy cerca de ella. Más adelante, si el sol ilumina directamente la barriga, el bebé podrá distinguir la claridad de la oscuridad, y parece ser que incluso ejercita el sentido del gusto.
Todas estas sensaciones y otras muchas (cambios bioquímicos, de temperatura, etc.) forman parte del inicio de nuestro contacto con el mundo.


Ya desde recién nacidos, necesitamos el contacto físico y sensorial con las personas y el mundo que nos rodea. Un bebé que no reciba caricias, abrazos, etc., que esté completamente aislado, no podrá desarrollarse normalmente, y si esta ausencia se alarga (sea por abandono, por incapacidad de los padres de cuidarlo, o por cualquier otro motivo) las consecuencias a medio y largo plazo serán graves para la criatura.

A medida que el pequeño va creciendo, además de la necesidad de estímulo físico, va cobrando importancia otra manera de estímulo: el reconocimiento, o la caricia verbal.






Qué tipos de caricias damos a nuestros hijos e hijas?


Cualquier contacto entre dos personas, tanto sea físico como verbal, gestual o escrito, supone un intercambio de estímulos o de caricias. Todas las personas las necesitamos y buscamos.

En primer lugar, buscamos las caricias incondicionales. Cuando le decimos a nuestro pequeño o pequeña “te quiero” o “eres la personita más bonita del mundo”, le estamos diciendo “te quiero simplemente porque eres tú, por ser cómo eres”. Pero también damos caricias condicionadas, que son las que se refieren a algo que ha hecho la persona: “qué dibujo tanto bonito has hecho”, o “eres una niña o un niño muy grande, ya sabes escribir tu nombre”.
Tanto unas como otras son necesarias: las caricias incondicionales, porque se refieren que por el mero hecho de existir como personas, nos reafirman nuestro derecho a ser, y refuerzan nuestra auto-estima.


No escatiméis nunca las caricias incondicionales, siempre que sean positivas, tanto con los pequeños, como con los adultos a quienes amáis.


Las caricias condicionales son el refuerzo de una tarea realizada. Ayudan al niño o la niña a saber lo que han hecho bien, y además es un reconocimiento de sus aptitudes. También sirve para aumentar la seguridad en él/ella mismo.

Caricias positivas, negativas y caricias agresivas.

Las caricias positivas son aquellas que hacen que la persona se sienta bien. Por ejemplo: “Este jersey te favorece mucho”. Las negativas, nos hacen sentir mal. Por ejemplo: “Qué jersey más feo, te sienta fatal”.
Un niño que esté acostumbrado a recibir estímulos positivos rechazará los que no lo sean. Por el contrario, cuando un niño o una niña no recibe suficientes caricias positivas, buscará las negativas, e incluso las agresivas. Es el caso de los niños que provocan al adulto hasta sacarlo de tino, y éste le acaba propiciando un grito, un insulto, o incluso una agresión física. Cuando esto es muy frecuente, hay que replantearse qué intercambio de caricias está recibiendo esta criatura. Desgraciadamente, el pequeño prefiere un insulto o una bofetada a la indiferencia por parte del adulto. Esto, a pequeña escala es lo que denominamos “llamar la atención”. De hecho no es más que una demanda de caricias. Es pedir: “hazme caso”.
Nuestros hijos e hijas también buscarán las caricias condicionales haciendo aquello que nos gusta o lo que esperamos de ellos, para obtener a cambio nuestra aprobación y nuestras caricias. Esto tiene su parte positiva, si lo que esperamos de él o ella es bueno. Pero, servirá para manipularlos a nuestra conveniencia, lo cual hay que tener en cuenta.



¿Qué pasa con la lástima?


Hay un tipo de intercambio de caricias, que se basa en la lástima. Hay que tener cuidado con expresiones como “ay, pobrecito”, “qué lástima que da”, etc. ya que fomentan el desamparo de la persona.
Supongamos que nuestro hijo o hija llega de la escuela con un trabajo muy difícil para hacer, que supone un esfuerzo considerable. Si le decimos “ay pobre”, en realidad le estamos diciendo “tú no lo podrás hacer, no hace falta que te esfuerces”.
Un niño o niña pequeño que tiende a pedir las cosas gimoteando, o que siempre se queja de todo, es posible que esté recibiendo frecuentes caricias de lástima. De cara a su actitud futura frente al mundo, habría que hacer una revisión del tipo de refuerzos que le estamos enviando.

Algunos mensajes tienen su parte positiva y su parte negativa.

Siguiendo con el ejemplo del jersey, supongamos que, al mismo tiempo que nos están diciendo “qué jersey más guapo que llevas”, la persona que nos lo dice está mirando el jersey con cara de asco: ¿Qué mensaje recibimos? Evidentemente pesará más la parte negativa de éste que la parte positiva (la cara de asco es un mensaje no verbal muy claro).

Aplicando esto a nuestros hijos e hijas, tendremos en cuenta dos cosas:
Por una parte, que un mensaje negativo tiene por desgracia mucha más fuerza que uno de positivo. Un refuerzo negativo, un insulto o una agresión tienen mucha más influencia que diez abrazos.
Por otro lado, el lenguaje verbal se adquiere bastante después de que el niño o niña haya aprendido a comunicarse. Nuestro pequeño sabe si estamos contentos, tristes, enfadados,... con tan solo mirar nuestra cara. Es muy difícil engañarlo. Sugiero que no lo intentáis. Si no os gusta lo que ha hecho, decídselo.


Pero, ¿Qué ocurre cuando hace una cosa mal?


Evidentemente hay que decírselo. Lo más importante es el cómo se lo decimos.
Vamos a suponer que Juan, que tiene 4 años, ha ordenado sus juguetes de cualquier manera. Nosotros sabemos que lo puede hacer mucho mejor, y que normalmente lo hace mejor: si le decimos “muy bien”, le estamos permitiendo que haga una cosa mal, y además estamos reforzando este hecho; lo que no ayuda para nada a Juan a crecer.
Podemos caer en la tentación de regañarlo y gritarle mucho. Aquí entran en juego muchos factores, desde la hora del día, de si estamos más o menos cansados, si hemos tenido un buen o mal día al trabajo, y por supuesto, la manera personal de educar a nuestro hijo: cada cual tiene su grado de rigidez y permisividad. En líneas generales, procuraremos ser siempre positivos. Una manera de decirle a Juan que no ha ordenado bien sus juguetes podría ser: “Me gusta que recojas tus juguetes, a pesar de que me gusta más cuando los ordenas bien”.
Analicemos otro caso: María tiene 6 años, y acaba de romper un jarrón que nos gustaba mucho. Puede ser que realmente lo haya hecho sin querer. ¿Realmente vale la pena enfadarnos mucho con ella? Pero supongamos que lo ha roto jugando a la pelota, cuando le habíamos dicho un millón de veces que no jugara a la pelota dentro de casa. Podemos hacerle pagar de su hucha un jarrón nuevo para que aprenda que las cosas tienen un valor, podemos regañarla, o castigarla. Podemos, simplemente, ir a buscar la escoba y el recogedor: la consigna general, sería, que estamos en nuestro derecho a enfadarnos, pero nunca a insultarla o agredirla.
En todo caso, no tenemos que caer nunca en el desprecio o los insultos del tipo “nunca haces nada bien hecho”, “eres una inútil”, “no se puede confiar en ti”, etc. Esto no nos devolverá nuestro jarrón, y por el contrario, estaremos haciendo un daño moral a nuestra hija.

En resumen, hay que reforzar a nuestros hijos e hijas, tanto por ser como son; como por las cosas que hacen. Y siempre intentaremos hacerlo de manera positiva. Hay que evitar las caricias negativas, las agresivas y las que fomentan la lástima. Cuando más los reforzamos de manera positiva, más afirmaremos su seguridad y auto-estima. 




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