CATALÀ

Expresión libre y represión de los sentimientos


Veíamos en el artículo anterior, cómo el niño pequeño expresa sus emociones. Pero estas emociones se irán “modulando” por efecto de la cultura y el estilo educativo. Nos podemos encontrar con emociones desmesuradas, adecuadas o reprimidas.

Sabemos que hay culturas mucho más expresivas que otras: en los países centro-europeos y nórdicos, por ejemplo, la expresión de las emociones es mucho más limitada que en los países mediterráneos: cuanto más al sur, más expresivos.



La clase social o etnia, también influye en la forma de expresar los sentimientos: no es lo mismo, por ejemplo, una boda de la alta sociedad, o una boda entre familias gitanas, para poner casos extremos.

Después, hay estilos familiares. Hay familias donde es frecuente hablar a gritos, o echarse broncas unos a los otros. En otras, se “fomenta” el miedo a todo, por ejemplo, si uno de los progenitores es una persona un poco ansiosa y tiene miedo de todo: “¡tened cuidado!”, “no salgáis de noche”… incluso hay padres que no dejan que sus hijos vayan de excursión, etc. Debido a sus miedos. Esto, probablemente fomentará que los hijos tengan tendencia al miedo.

También hay diferencias en la educación de niños y niñas: la conocida frase de “los niños (de sexo masculino) no lloran”, poco a poco se va dejando atrás.

Uno de los ejemplos donde se ven más claras las diferencias culturales en la expresión de los sentimientos, es en los entierros: en los países árabes, las mujeres lloran y gritan de forma desgarrada. En los países nórdicos o centro-europeos, los entierros están cada vez más “estructurados”, todo el mundo sabe “lo que ha de hacer”, la gente no llora, cuando lo que toca, justamente, es llorar.

Pero entonces, ¿hemos de dejar que los niños y niñas expresen libremente lo que sienten?

Digamos, que un término medio: si los adultos pudiéramos expresar libremente lo que sentimos en cualquier situación, la convivencia se haría muy difícil. Por ejemplo, si pudiésemos expresar la rabia con total libertad, podríamos romper cualquier cosa o agredir a los demás impunemente. Si no nos enseñaran a controlar nuestro miedo, a racionalizarlo, no podríamos hacer muchas cosas de las que hacemos.

Hay que enseñar a los niños a canalizar sus emociones, a adecuarlas a cada situación. Expresión, sí, pero de forma proporcionada.

La falta de límites, el exceso de permisividad, crea adultos caprichosos. Todos hemos visto, en plena caravana de coches, a aquel que adelanta de forma imprudente: está priorizando sus deseos por encima de las demás personas, y lo que es peor, incluso poniendo en peligro su propia integridad.

A menudo nos encontramos con adultos que son incapaces de renunciar a sus deseos, por encima de sus obligaciones y responsabilidades.

La semana que viene, la adaptación y la sumisión.

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