A menudo me
encuentro en terapia con personas que dicen estar “perseguidas por su pasado”.
Están haciendo un proceso de cambio, tratando de ser una nueva persona,
aprendiendo de sus errores, etc. Pero las personas de su entorno, se empeñan en
seguirlos tratando de la misma forma, lo cual les dificulta adaptarse a su nova
forma de vivir.
Es un fenómeno
similar al que pasamos cuando éramos adolescentes: los padres nos trataban como
a niños, cuando nosotros queríamos ser tratados como adultos. Tuvimos que
demostrarles que éramos merecedores de ese trato. Fue un proceso largo, y en
algunos casos, doloroso. Hay padres y madres que aún pretenden tratar a los
hijos de 40 y 50 años como si fuesen criaturas... y al final, hemos de ser
nosotros quieres nos reafirmemos en quienes somos, cómo somos, cómo sentimos y
cómo queremos vivir.
Un proceso
similar sucede cuando la persona hace un proceso terapéutico o de crecimiento
personal. Como miembros de un grupo como es una familia, formamos parte de una
especie de engranaje. Tenemos un rol dentro de este sistema. Se espera de
nosotros que hagamos un papel determinado, que sigamos actuando como lo
hacíamos, aunque sea una forma “no sana” de funcionar. Para salir de este rol
no sólo necesitamos la decisión consciente de hacerlo: también nos tendremos
que reafirmar una y otra vez en nuestra nueva manera de funcionar, hacer una
especie de “re-educación” de los demás, para que nos conozcan, para que
aprendan quien soy yo ahora, y cómo se han de relacionar conmigo.
Cuando una
familia o grupo social se mueve dentro de los roles que denominamos “triángulo
dramático”, romper el propio rol resulta especialmente difícil: en este tipo de
estructuras hay una persona que hace el papel de perseguidor, es decir, ejerce
el poder y el dominio de los demás haciéndoles sentir mal, una víctima, que se
auto-limita para llamar la atención y conseguir el favor de los otros, y un
salvador, que vive pendiente de los demás y sus necesidades. Si somos “la
víctima” dentro de este engranaje, cuando queramos crecer, empezar a pensar y a
actuar por nosotros mismos sin esperar la ayuda de los demás, el salvador no
nos dejará actuar, porque le anulamos su rol, y el perseguidor pretenderá
continuar dominándonos. Si tenemos el rol salvador y dejamos de cuidar de los
otros, de estar pendientes de ellos, nos exigirán que continuemos así, porque
les resulta más cómodo que tener que cambiar y crecer ellos. En cuanto al
perseguidor, relataré un caso que me encontré en terapia:
Un chico, que
tenía un rol exigente hacia su familia, de creerse con más derechos que los
otros, que se creía merecedor de un trato especial por el hecho de ser el
pequeño de varios hermanos: así le habían hecho sentir siempre, así le habían
educado. Y de la misma forma, en sus nuevas interacciones sociales y de pareja,
exigía el mismo trato de favor. Lógicamente, la gente se apartaba de él. Cuando
tomó consciencia y decidió cambiar, descubrió que su familia tenía un rol
ambivalente con él: por un lado, le trataban con cierta condescendencia, como
si tuviera menos recursos que otra persona. Le excluían sistemáticamente de las
conversaciones y las decisiones importantes. Por otro lado, acostumbrados a sus
salidas de tono, le hablaban de la misma forma cuando pedía algo, le contestaban
siempre mal. Aunque habló con ellos uno a uno y les explicó que había aprendido
de sus errores y que ahora era una persona nueva, necesitó tiempo para que los
otros se creyeran su cambio y aprendieran a tratarle de una forma más sana.
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