Todos los
padres y madres quieren lo mejor para sus hijos, eso no lo pone nadie en duda.
Pero cuando nos separamos, uno de los grandes dilemas, es cómo repartir a los
niños, para causarles el mínimo mal posible. Hay diversas posibilidades.
De unos años a
esta parte, han cambiado las leyes y los jueces favorecen más la custodia
compartida. En principio, es la mejor solución: los niños contarán con la
presencia del padre y de la madre a partes iguales. Pero no siempre sale bien.
En primer lugar, esta solución requiere de una buena comunicación entre los
padres, que no siempre se da: el rencor, resentimientos acumulados, falta de
empatía, problemas de comunicación, etc. Son frecuentes cuando una pareja se
separa. Y esto creará un clima que no es nada propicio para negociar las mil y
una cosas que rodean a una situación de custodia compartida. Han de quedar muy
claras las normas, y lo que es más difícil, respetar el espacio y la manera de
actuar del otro con los hijos. Son muy frecuentes, demasiado, las críticas a
cómo cuida el otro a los niños, a qué hace y cómo lo hace. Tendría que quedar
claro, que cada uno tiene su forma de relacionarse con los hijos, siempre y
cuando las dos personas sean lo bastante maduras y adultas. Muchos de los
problemas en estas situaciones derivan de la falta de responsabilidad de uno de
los dos, que prioriza otros aspectos de su vida antes que las necesidades de
los hijos. Cuidar de los hijos requiere dedicación, tiempo y sobre todo un
grado de responsabilidad suficiente.
El régimen de
visitas es el sistema tradicional. Los hijos viven con uno de los dos
(normalmente acostumbra a ser la madre) y pasan parte de las vacaciones y la
mitad de los fines de semana con el otro. Esta situación no requiere de tanta comunicación
entre los padres, acostumbra a estar todo por escrito y bien acordado, y sólo
hace falta que cada uno cumpla con su parte del acuerdo. Los problemas, como
siempre, vienen por la falta de cumplimiento de los acuerdos y el
distanciamiento y la falta de implicación en la vida de los niños y todo lo que
les rodea, por parte del progenitor que no vive con ellos. Esto no tiene porqué
ser así, hay familias que funcionan muy bien con el régimen de visitas,
respetando espacios y tiempos y participando en todo lo que haga falta de la
vida de los hijos. Pero generalmente, con este sistema, el progenitor que vive
con los niños es el que tiene más implicación y responsabilidades.
Hay otro
sistema, que pocas familias utilizan: consiste en que los niños se quedan en el
domicilio familiar y son el padre y la madre los que viven una semana allá con
los niños, y una semana fuera, en otro sitio. Se necesitan tres casas, la de
los niños y la de cada padre (la solución acostumbra a ser vivir parcialmente
con los abuelos). Esto puede funcionar, igual que la custodia compartida, desde
el respeto a los acuerdos, los espacios, etc. Un inconveniente que he visto en
los únicos dos casos que he conocido, es que los niños, de alguna forma, se han
“adueñado” de la casa, se creen con más derechos que los padres, y ha sido
necesario recordarles cuál es la posición de cada cual. El otro inconveniente
puede ser que uno deje la casa bien limpia cuando se va y el otro no. Pero aquí
hablamos otra vez del tema de responsabilidades y madureces...
Hacer cosas los
3 juntos: esto es algo que se plantea siempre, y es necesario que quede muy
claro para el niño, que son situaciones puntuales. El niño, en su interior,
siempre deseará que los padres se vuelvan a juntar. Hay que ser muy claros y no
crearle falsas esperanzas. Si se hacen muchas actividades los 3 juntos, se
puede confundir al niño, que no entenderá por qué están separados y le obligará
una y otra vez a re-situarse. Evidentemente, en estas salidas conjuntas se debe
evitar todo tipo de tirantez o discusión. Si no se tiene muy claro para los
tres, es mejor evitarlo.
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