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Formas de relacionarse


Según la teoría del análisis transaccional, dividimos nuestro tiempo en 6 tipos de actividades, estructuradas en función del grado de relación que tenemos con las otras personas.

Tenemos, por un lado, el aislamiento: tiempo que pasamos solos, sin interaccionar con las otras personas. Este aislamiento es necesario para poder pensar, centrarse en uno mismo, leer, meditar, descansar, etc. Un exceso de aislamiento puede denotar problemas de relación social. Pero depende mucho de las personas. El ermitaño que se va voluntariamente a vivir solo en medio de la montaña, puede ser feliz y una persona bien equilibrada. También hay personas que no soportan la soledad. Todos los extremos son malos, como con todo, un término medio, con sus matices personales, sería el que nos aporta el equilibrio: tener un tiempo para estar con los demás y un tiempo para estar solos, y sentirse bien de las dos formas.

El tiempo de actividad es el que pasamos haciendo cosas, de una forma bastante pautada y estructurada: el trabajo, las obligaciones domésticas, alimentarnos, bañarnos, cuidar de los hijos, etc. Y también incluye una parte de ocio, el tiempo que dedicamos a una actividad que hacemos porque nos gusta: deportiva, artística, musical... La interacción con las otras personas está marcada por el tipo de actividad y acostumbra a ser poco profunda.

Otra parte del tiempo lo dedicamos a los rituales: Por ejemplo, una celebración religiosa. Son actividades sociales que están muy pautadas, todo el mundo sabe qué tiene que hacer y qué no. No hay espacio para la intimidad.

Tenemos también lo que en análisis transaccional se llama los pasatiempos: son interacciones con los demás, con muy poca intimidad, con un grado muy bajo de implicación emocional: conversaciones intrascendentes en el ascensor de casa, cuando paseamos al perro, la hora del desayuno con los compañeros de trabajo, mientras se comenta el partido de fútbol de ayer, cuando llevamos a los niños al parque, nos sentamos en el banco y charlamos con los otros padres y madres... son interacciones superficiales y sin ninguna intención de manipular al otro.

Cuando las conversaciones tienen la intención de hacer cambiar al otro de opinión, o controlar, manipular, etc. se denominan juegos: son las interacciones que ya vimos, desde el rol perseguidor, para hacer sentir mal a los demás y tener el poder, la víctima, para llamar la atención, y el rol de salvador, aquel que cuida de todo el mundo aunque no se lo pidan. Tienen una intención clara y un saldo negativo.

Finalmente encontramos la intimidad: es el espacio en el cual abrimos nuestros sentimientos hacia los demás, hablamos de ellos, hablamos de cómo nos sentimos, qué necesitamos, etc. Para que se pueda dar este tipo de relación es necesario encontrar el momento y la persona adecuada: Una reunión social con mucha gente, los compañeros de trabajo, la cajera del supermercado, etc., son situaciones que no se prestan para este tipo de interacciones. Hay personas que no se encuentran cómodas en una reunión de más de 4 o 5 personas, pero son capaces de estar horas hablando íntimamente con un amigo o dos. Este tipo de comunicación lo podemos encontrar con personas que conocemos bastante y con las que tenemos confianza: familia, un amigo, la pareja... pero además, se ha de encontrar el momento propicio. Hay muchas personas que evitan este tipo de situaciones, que les resulta muy incómodo hablar a un nivel íntimo. Como con todo, el equilibrio está en encontrarse cómodo con cualquier grado de interacción, y pasar más tiempo con el que nos sintamos más cómodos, sea el aislamiento, los pasatiempos, la intimidad, etc. sin evitar los otros.

En qué utilizamos nuestro tiempo (2)

Veíamos en artículos anteriores que distribuimos nuestro tiempo en 6 tipos de actividades: Aislamiento, rituales, pasatiempos, juegos e intimidad. Continuemos viendo y analizando cada tipo de actividad.

Los rituales: Son transacciones simples, programadas socialmente y muy estructuradas, es decir, todo el mundo sabe qué tiene que hacer. Corresponden a los patrones culturales. Por ejemplo, los saludos, las conversaciones intrascendentes, las celebraciones preestablecidas, celebraciones religiosas, etc. Un ejemplo típico es la conversación que tiene lugar dentro de un ascensor, donde pasamos un minuto con un vecino, del que no sabemos apenas nada de su vida: se habla del tiempo que hace, si llueve, si hace sol o frío, o mucho calor. Es un tema neutro, con el que cuesta poco ponerse de acuerdo. O, por ejemplo, una boda. Hay un intercambio de caricias, pero son de baja intensidad. En algunas culturas, hay más caricias y de mayor intensidad.

Los pasatiempos: Son transacciones que varían en complejidad y extensión, y se dan en una situación social. Son conversaciones sobre un tema que no tiene gran trascendencia, llenan el tiempo, permiten el contacto social y proporcionan muchas caricias de intensidad mediana y poco compromiso. Se puede hablar de política, de hijos, de precios de consumo, de coches, del sexo contrario... Además son el “campo de pruebas” para seleccionar o rechazar a nuestros futuros compañeros de juegos o intimidad.


Los juegos: Son transacciones que se dan generalmente en círculos más íntimos, familia, compañeros de trabajo o estudios, amigos cercanos. Son situaciones que se repiten frecuentemente, a veces continuamente. Siempre son iguales. Todos los que intervienen acaban recibiendo su premio de “sentirse mal”. Ya se trataron a fondo los juegos psicológicos en artículos anteriores: los principales roles son: perseguidor, salvador, víctima y espectador.

La intimidad: Es el nivel más intenso de la relación humana, no hay motivaciones ocultas y proporciona el nivel máximo de intensidad en las caricias. Hay un intercambio de ideas, experiencias, sentimientos, y sobre todo, hay intercambio desde el niño interno de uno hacia el niño interno del otro. Llegar a tener intimidad es una aspiración humana. Si fracasa, la persona dedicará más tiempo a otros tipos de relación, fundamentalmente en los juegos.

Hemos visto los 6 tipos de actividades en que distribuimos nuestro tiempo. Como decíamos al principio, debe haber un equilibrio. Si la persona dedica el 80% de su tiempo a una sola de estas actividades (los juegos, los rituales, el aislamiento...) habrá carencia de caricias y de actividades. Esto se convierte en un problema.

En el próximo artículo, las actitudes vitales: qué sentimos de nosotros mismos, de los demás y del mundo.

En qué utilizamos nuestro tiempo (1)


El tiempo es la posibilidad que tienen los seres humanos para crecer y desarrollarse.

Es donde tiene lugar el contacto con los demás, o el aislamiento.

Según Erich Berne, hay 6 tipos de actividades con las que ocupamos todo nuestro tiempo. Y para que la persona lleve una vida emocionalmente sana, debe haber un equilibrio entre los diferentes tipos de actividades. Si hay un exceso de una o un defecto de otra, es señal de un desequilibrio en nuestras actividades, nos estamos perdiendo algo, o estamos evitando cosas. O estamos obsesionados con algo.


Los 6 tipos de actividad son: Aislamiento, actividad, rituales, pasatiempos, juegos e intimidad.


El aislamiento o retiro: No hay relación con los otros. Es el tiempo que nos sirve para reflexionar, introyectarnos (mirar hacia nuestro interior), tenernos más en cuenta, escuchar qué necesidades estamos desatendiendo... es el rato para leer, escuchar música, relajarse, pensar, etc.
La parte negativa es que alguien aislado puede ocupar su tiempo en ensoñaciones y fantasías, diálogos internos negativos, proyecciones hacia el pasado o el futuro, pero sin vivir el aquí y ahora.
Todos necesitamos cierto grado de aislamiento de vez en cuando. La falta de aislamiento no nos permite centrarnos en nosotros mismos.
La gente que evita estar aislada y tiene una necesidad constante de contacto con los demás, también denota un problema, probablemente de dependencia.
En el otro extremo, encontraremos a la persona que evita deliberadamente el contacto con los demás, por miedos, por falta de habilidades sociales, por timidez, etc. También son temas a tener en cuenta.
La persona, durante el retiro, no recibe caricias* del exterior, aunque puede darse autocaricias, pero estas no son suficientes como fuente de reconocimiento.

La actividad: El tiempo que empleamos en la actividad está muy programado y orientado a la realización de una tarea. Va desde las obligaciones (trabajo, cuidar a alguien), a las necesidades (alimentación, higiene personal, limpiar la casa...) o las actividades de ocio, deportivas, etc. Están dirigidos hacia el contacto con la realidad. La actividad se puede hacer solo o con otras personas. Son transacciones adulto-adulto. Llenan una gran parte del tiempo de las personas y proporcionan caricias generalmente condicionadas. Son importantes, pero no suficientes para la persona.



* Entendemos por “caricias” cualquier estímulo de los demás, sea positivo, negativo, condicional, incondicional, de lástima, etc. Para más información, ver artículo sobre estímulos, caricias y refuerzos.



La semana que viene, continuaremos con la estructuración del tiempo.



La estructuración del tiempo: la prisa


La necesidad de programar el tiempo tiene el mismo valor de supervivencia que la necesidad de estímulos y caricias. El tiempo es el recurso más precioso que tenemos, pues equivale a la vida misma.

El tiempo no se puede acumular, ni comprar, ni vender, ni fabricarse. La única posibilidad que tenemos es hacer algo con él.


Hay una oportunidad para cada cosa y un momento para cada cosa y actividad.

Hay un tiempo de espera (antes de que suceda algo) y un tiempo de secuela (cuando ya ha pasado).

Desde pequeños nos enseñan a utilizar el tiempo. Pero ¿de qué forma nos enseñan a programarlo?

Hay dos formas de marcar el tiempo: tiempo de meta y tiempo de reloj:

El tiempo de meta es el tiempo que nos dejan para conseguir una cosa. Por ejemplo: “no te levantarás de aquí hasta que hagas todos los deberes”. Nos están dando permiso para tomarnos nuestro tiempo, el que sea necesario, para conseguir un objetivo.

El tiempo de reloj es el que marca el fin del plazo concedido: “Harás deberes hasta las 9” (y después lo dejarás, tanto si los has acabado como si no). Hay un límite de tiempo. Esto nos obliga a organizarnos para que nos cunda más.

Pero hay un tercer caso, aquel en el que se mezcla la meta y el tiempo: “Harás deberes hasta las 9 y los tienes que terminar”. Esta opción, no permite que nos tomemos el tiempo que necesitemos, y a menos que este sea suficiente, lo que hace es crearnos una exigencia y estresarnos.

Una de las imposiciones más frecuentes en nuestra sociedad es la prisa: es habitual que, cuando les hablamos a los niños (y a los adultos) añadamos al final de la frase: “date prisa” o “corre”. Muchas veces, no obstante, realmente no tenemos prisa, es una costumbre, una frase hecha, que transmite un mensaje de exigencia, especialmente nocivo para los niños.

Cada persona tiene su ritmo. Depende de la personalidad, de la habilidad para hacer una tarea determinada y de la costumbre que tengamos de hacerla. Cuando estamos aprendiendo a hacer una cosa, la que sea, necesitamos un tiempo.

Conviene que revisemos hasta qué punto les exigimos a los demás y a nosotros mismos hacer las cosas deprisa, y que reflexionemos por qué lo hacemos. Si nuestros padres nos exigieron mucho, seguramente somos autoexigentes y también seremos exigentes con los demás.


La semana que viene: en qué utilizamos nuestro tiempo.