Podríamos
definir la personalidad, por una parte, como la tarjeta de presentación que
mostramos a los demás, y también como el conjunto de características que nos
definen y nos hace seres únicos y diferentes de los demás.
Nuestra
personalidad está formada por dos grandes factores: por un lado, la genética,
nuestro carácter, que viene definido desde el nacimiento. Por otro, nuestro
entorno, la familia, la educación, la sociedad que nos rodea, que nos va
formando de una manera determinada. El ambiente hace que, los miembros de una
misma familia, o un mismo entorno (por ejemplo un pueblo) tengan
características parecidas. La genética nos hace ser diferentes, incluso de
nuestros hermanos, que se han criado en el mismo ambiente. Y la suma de
genética más ambiente nos convierte en seres únicos.
Para analizar
la personalidad, los psicólogos nos centramos básicamente en el entorno que ha
formado a la persona, nos fijamos en cómo eran sus padres, qué ambiente reinaba
en la familia cuando eran pequeños, a qué tipo de escuela fueron, y sobre todo
cómo lo vivieron.
A lo largo de
nuestra vida, incluso desde muy pequeños, vamos tomando decisiones que afectan
a nuestro futuro. Algunas de estas decisiones son conscientes y otras
inconscientes. Por ejemplo: una criatura que vive con unos padres que están
peleándose continuamente puede decidir que nunca tendrá pareja; o una criatura
maltratada, que se ha sentido abandonada por los padres, puede decidir que no
tendrá hijos. Muchas veces estas decisiones se toman a una edad muy temprana y
no son conscientes. Mediante diversas técnicas, los psicólogos vamos
desgranando estas decisiones, dando la opción a la persona de hacer
re-decisiones, de poderlas cambiar, una vez expresados los sentimientos
pendientes.
La psiquiatría
clásica era muy dura con todos aquellos que se salían de “la norma”: toda
desviación de una forma de comportamiento rígida y “encorsetada”, eran vistos
como “anormales”. Las personas con afectaciones graves eran llamadas “locos” y
recluidas en centros donde no se hacía apenas nada para su recuperación. Se les
aplicaban electroshocks e incluso se hacían lobotomías, consistentes en
extirpar una parte del cerebro. En los años 60 nace un movimiento llamado la
anti-psiquiatría, que re-define el concepto de normalidad y humaniza los
hospitales psiquiátricos. Los pacientes empiezan a ser considerados personas
con posibilidades de recuperación. En aquellos momentos la clasificación de los
trastornos mentales se dividía en neurosis (consideradas menos graves) y
psicosis (más graves).
En los últimos
años ha tomado fuerza la teoría de los trastornos de personalidad. Esta teoría
apunta a que todos tenemos un tipo de personalidad, que está dentro de un
contínuum: si estamos en el extremo más “suave”, tendremos unos rasgos que nos
caracterizan, dentro de la normalidad. Si nos acercamos a extremos más
marcados, podemos acercarnos a la patología. Por ejemplo: las personas muy
ordenadas, metódicas, estructuradas, etc., son válidas para muchos tipos de
trabajo y llevan una vida normal. Si estos rasgos se vuelven muy extremos,
podemos acercarnos al trastorno obsesivo.
En los próximos
artículos, analizaremos los diferentes tipos de personalidad.
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