CATALÀ

Mostrando entradas con la etiqueta Navidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Navidad. Mostrar todas las entradas

Fascinación por la Navidad


Cada año por estas fechas hago un artículo hablando de la Navidad. Y año tras año, hablo de lo difícil que es para algunas personas pasar por estas fechas: los que han perdido a alguien durante el año, los que tienen un mal recuerdo, los que les parece que sólo es una fiesta comercial, los que están solos, los que les parece todo un “paripé” con una familia con la que no se encuentran a gusto...

A todos estos les quiero dedicar este escrito, e invitarles a hacer una reflexión: las personas somos el resultado de las decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestra vida. Algunas de estas decisiones las tomamos a partir de una mala experiencia. Pero la vida continua, y tal vez ha llegado la hora de replantearnos por qué no queremos a la Navidad y si una mala experiencia en el pasado nos ha de seguir privando de la posibilidad de disfrutar de una fiesta tan completa.

Intentaré transmitiros con palabras mi fascinación por la Navidad.

Cuando llegan estas fechas, espero con mucha ilusión la feria de Santa Llúcia. Y me paseo, me dejo seducir por las paraditas de pesebres, las figuritas, las cuevas de corcho, las fuentes y las norias con agua de verdad, aquellas que intenté reproducir en mi pesebre y que acabaron en inundación. Y llevo a mis sobrinas a verlo, porque mi hijo se ha hecho mayor y ya no quiere venir conmigo. Y las llevo a ver belenes: el del claustro de la catedral, que tiene ocas de verdad y se pasa por un puente encima de un estanque. Y a la iglesia de Belén, con su fantástica exposición de dioramas, que son aquellos paisajes metidos dentro de una televisión...


Y me voy a la playa a buscar arena para hacer un gran desierto. Y muevo los muebles de media casa para poner un pesebre inmenso. Casi no cabemos en el salón, ¡pero da igual! Tenemos un enorme Belén, que me paso tres días montando. Y pongo villancicos mientras lo hago. Y canto una y otra vez que los peces beben en el río, mientras coloco un río de plata, un camino muy largo, montañas de corcho y muchos pastorcillos y animalitos y, sobre todo, que no falte el “caganer”.

Después empieza la parte gastronómica de la Navidad, no menos interesante: y hago canapés de salmón y de bolitas negras que quieren parecerse al caviar, que compartiré con mi madre, hermanos, primos y sobrinos, mientras criticamos a los políticos y explicamos anécdotas y chistes, que van subiendo de tono a medida que avanza el reloj y va bajando el nivel de las botellas de vino. Y llegan los postres... ¡Ah los postres! El turrón, las “neules”, bombones, polvorones, mazapanes... Hoy no contamos calorías, ¡que es Navidad! Mi favorito es el blando, con un poquito de pan. Después, los más pequeños de la casa, se suben a una silla y nos recitan un verso, o nos cantan un villancico. Y nos emocionamos todas las madres, tías y abuelas y soltamos la lagrimita, que ya no recordamos la vergüenza que pasábamos de pequeñas cuando nos tocaba hacerlo a nostras...

Y después el “tió”: a ver quién le da más fuerte y canta más alto. Y van apareciendo regalos. Y las caras de ilusión de todos, de los pequeños y de los mayores, que en esos momentos volvemos a ser niños.

Y en algún momento de paz, de soledad, me gusta hacer balance del año. Recordar buenos y malos momentos, ver cómo he superado algunas dificultades y he aprendido cosas nuevas. La gente que nos ha dejado y la que hemos encontrado nueva en nuestro camino. Y doy las gracias por estar viva, por todo el camino recorrido, y por tener la oportunidad de seguir avanzando y creciendo y disfrutando de todas las cosas buenas.

Y tú, ¿cómo vives la Navidad?

De todas las celebraciones que hay al cabo del año, la que más nos condiciona es la Navidad. Los cumpleaños, Semana Santa, San Juan... se pueden celebrar o no. Y se puede hacer de diferentes formas. Pero ¿qué pasa con la Navidad? Parece obligatorio celebrarlo, y hacerlo con buena cara, con ganas y, por supuesto, con la familia.


Hay personas, como yo, que disfrutamos de la Navidad. Nos gustan las luces en las calles, los árboles adornados, los pesebres, los mercadillos de pesebres. Nos gusta decorar la casa. Nos gusta escuchar villancicos y cantarlos. Y tocar la pandereta. Y preparar buenas comidas, pasar tiempo en la mesa, con la familia. Y abrir regalos. Y comer turrón. Pero no a todo el mundo le gusta la Navidad.

Hay personas que viven la Navidad como una pequeña tortura. Como una obligación social que no les apetece en absoluto. Hay aquellos que no tienen familia. O que la tienen muy lejos. En Navidad aumentan las depresiones. Parece hacerse patente que si no tienes con quien celebrarlo, eres una especie de “ciudadano de segunda clase”. Y todo el mundo les invita: “¡no te quedes solo el día de Navidad!” Pero tampoco a todo el mundo le apetece estar en medio de una familia que no es la suya. Para algunos esta es una buena solución, siempre que se encuentren a gusto con la familia que les invita.

Otra solución es celebrarlo con los amigos. Conozco personas recién llegadas que se juntan en una casa y se lo pasan bien. Los amigos son la prolongación de la familia.

Y también está la opción de no celebrarlo. Pero ¡cuidado! No caigamos en la autocompasión. Si hemos decidido que estos días no son importantes, que no los queremos celebrar por el motivo que sea, tengamos cuidado de hacer alguna cosa que nos apetezca. Se corre el peligro de pensar que “todo el mundo lo está pasando bien con su familia y yo estoy aquí solo”. Conozco a un par de personas que optan por quedarse solos en casa. Escuchan música y leen. Dicen que están bien así, que lo prefieren.

Otra buena opción para los que no lo quieren celebrar es irse fuera: a la nieve, o aprovechar para viajar.

También están los que deciden trabajar (si es que se trabaja estos días en su empresa). Es la excusa perfecta para “librarse” del compromiso familiar y además les hacen un favor a los compañeros que lo quieren celebrar.

Hay un caso más difícil de solucionar: los que no tienen buena relación con la familia. Y cada año se encuentran con el dilema: ¿Qué hago? Si voy a comer con la familia, sé que será un suplicio, que tendré que hacer el “paripé”. Si no voy, seré el “raro” de la familia, o incluso alguien se enfadará conmigo, o me harán toda clase de juegos de poder y chantajes emocionales para que vaya”. A este grupo les compadezco. No lo tienen fácil. Les invito a valorar si realmente es un suplicio o se pueden mentalizar para pasarlo bien. En el primer caso, tal vez convendría ser valientes y romper la tradición. Sin enfrentarse, hacer valer su derecho a decidir.

Sea como sea, no dejes que te amarguen la Navidad. Disfrútala. A tu manera. Solo o acompañado, trabajando o con la familia. Pero intenta disfrutar de lo que te gusta, sea la música, la decoración o los turrones. Feliz Navidad a todos.

¿Qué te han traído los Reyes?

¿Qué te han traído los reyes? Y no me refiero a un jersey, un bolso o una colonia...

Todos pedimos alguna cosa a los reyes, aunque sea de forma inconsciente. Tiene que ver con nuestras asignaturas pendientes. Pedimos trabajo, o pareja, o salud, o nuevas amistades, o cosas más habituales como dejar de fumar o adelgazar. Conozco una chica, que con 34 años, escribió en un papel que quería pareja e hizo cola para el paje real. Le entregó la carta, tragándose la vergüenza. Aquel año encontró pareja. ¿Los reyes? ¿Un milagro? ¿Casualidad? No. Pienso que es una cuestión de predisposición. Muchas veces pedimos cosas, pero no estamos dispuestos a mover ni un solo dedo para conseguirlas, esperamos verdaderamente que “nos lo traigan”.


Los reyes nos han traído a todos un gran regalo: un año nuevo lleno de posibilidades, lleno de días con sus noches, en los cuales podemos poner manos a la obra para conseguir aquello que hace tanto tiempo que deseamos.

Os invito a escribir la cara a los reyes. A hacer una reflexión de qué cosas queremos conseguir durante este año, qué cambios queremos verdaderamente en nuestra vida. Y también qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo. Es muy frecuente pedir “que me toque la lotería”, pero no jugamos nunca. O “perder 10 kg”, pero no estamos dispuestos a seguir una dieta.

¿Qué es aquello que verdaderamente quieres conseguir? ¿Es realista? ¿Depende en parte de algo que tú puedas hacer? ¿Qué has de hacer para conseguirlo? ¿Qué estás dispuesto a hacer? ¿A qué cosas estás dispuesto a renunciar? ¿De qué cosas te tendrás que despedir o dejar atrás? Cuando hayas contestado a todas estas preguntas, sólo hace falta una cosa: tomar las riendas y empezar. Aquello en lo que concentramos nuestra energía, aquello nos saldrá bien. Si lo queremos de verdad y luchamos para tenerlo, si estamos abiertos al cambio, el cambio llegará.

Unas cuantas sugerencias para el éxito:
1. No te hagas demasiados propósitos de golpe. Es más fácil centrar nuestra energía en una sola cosa y, cuando la hayamos conseguido, entonces nos planteamos otra. Acostumbramos a querer: dejar de fumar, adelgazarnos, ir al gimnasio y volvernos ordenados, todo de golpe. Y el día 15 de enero nos hemos olvidado de todo. Elegid una sola cosa: por ejemplo, el gimnasio.
2. Hagamos un calendario realista: cuántas veces iremos, qué días, en qué horario, escojamos un horario que sepamos que vamos a cumplir. La falta de realismo es la que a menudo acaba con nuestros propósitos. “Me levantaré a las 6 de la mañana, y...” esto durará 3 días.
3. Mejor hacer propósitos “pequeños”. Es mejor plantearse perder 5 kg que 25. Cuando hayamos perdido 5, entonces decidiremos perder 5 más. A la larga sacaremos más provecho, no se nos hará la montaña tan alta.
4. Pensemos qué podemos hacer nosotros para conseguir nuestro propósito. Muchas personas se leen el tarot o miran el horóscopo, esperando la respuesta “mágica”. Si ponemos nuestra energía en conseguir aquello que queremos, sacaremos mucho más provecho que “esperando el milagro” sin hacer nada.

Y ahora... ¡adelante! ¡Lo conseguirás!

Una tregua en medio de la crisis

Se acerca la Navidad. Para unos, unos momentos felices para compartir con la familia. Para otros, una fiesta excesivamente consumista. Hay diferentes formas de vivir la Navidad.

Crisis, recortes, desahucios, paro, corrupción..., vivimos inmersos en un bombardeo constante de energías negativas. Sentimos constantemente malas noticias. Cogemos los periódicos, escuchamos la televisión, hablamos con los amigos, los compañeros..., e inevitablemente sale el tema de la crisis. Está omnipresente en nuestro entorno.

Como sabemos, los estudios demuestran que nuestro cerebro se alimenta de aquello que le damos: si nuestros pensamientos son positivos, nuestra energía se transformará en emprendedora y optimista. Si dejamos que se nos apodere la negatividad, tenderemos al pesimismo, a verlo todo de un color mucho más gris.

Hay momentos en la vida para experimentar todos los sentimientos: tiempo de alegría, tiempo de tristeza, tiempo de rabia, tiempo de amor, tiempo de miedo, tiempo de esperanza... etc. Y es preciso que dejemos aflorar a cada uno de ellos cuando conviene. Es necesario llorar cuando estamos tristes, gritar cuando estamos enfadados, o buscar apoyo cuando tenemos miedo. Nuestro equilibrio emocional depende en parte de nuestra capacidad para saber y poder expresar las diferentes emociones y sentimientos. Es por eso, que creo que conviene que nos permitamos una tregua, unas “vacaciones de la crisis” y nos tomemos la Navidad como un momento para disfrutar.

Ahora más que nunca, tendremos que rescatar los valores inmateriales de la Navidad. La disminución de los recursos materiales nos ha de reforzar el valor de la salud, la compañía, la diversión... rescatemos la magia de la Navidad. Uno de los secretos de la felicidad radica en valorar aquello que tenemos, en lugar de lo que no tenemos.


Ahora, más que nunca, os invito a cantar villancicos. Coged una pandereta, una zambomba o dos tapas de cacerola y cantad con todas vuestras fuerzas. Volved a enviar postales de Navidad con sobre y sello, pero hacedlas vosotros mismos, con cartulinas, lápices de colores, purpurina... id a la montaña a coger piñas y volved a hacer el pesebre. Salid a pasear de noche, a ver las luces de colores y la ciudad engalanada. Pasead por un mercadillo de belenes y sentid el olor de los abetos y el musgo.

Es un buen momento para enseñar a nuestros niños y niñas el verdadero espíritu de la Navidad, para demostrarles que no hace falta comprar, gastar, consumir... para disfrutar. Es un buen momento para rescatar los valores que a menudo olvidamos.

Démonos una tregua para disfrutar, para recordar que estamos vivos, que tenemos salud para seguir adelante, que podemos continuar buscando nuevas oportunidades. Que no estamos solos, que siempre hay alguien que nos apoya. Que no hace falta comprarnos el regalo más caro para ser felices. Que podemos cantar, crear, imaginar, abrazar, reír, bailar, oler... dejarnos seducir por la magia de la Navidad.

La creatividad en Navidad

“Desde que nació mi hija, he descubierto la Navidad y he empezado a disfrutarla”

Esta frase, que he escuchado más de una vez, nos evidencia varias cosas.

Por un lado, pensemos en cómo los niños y niñas nos ayudan a entrar en contacto con esta parte más lúdica y creativa que todos tenemos: contactamos con nuestro “niño interior”.

Por otro lado, ¿cómo es que no lo hacemos por nosotros mismos? ¿Por qué necesitamos la excusa de un niño para disfrutar de las cosas?

Todos y todas tenemos un “niño o niña interior”, que es una parte esencial de nosotros mismos. Y muchas veces la tenemos tan escondida que no sabemos ni dónde está.


Algunas fiestas, como el carnaval, la castañada o por descontado la navidad, son una buena oportunidad para sacar las telarañas a nuestra creatividad.

Pasear por una feria de navidad, dejarse cautivar por las figuritas, las casitas de corcho, el musgo… o contemplar tradiciones adoptadas de otras culturas, como el árbol, que podemos llenar de luces y espumillón de colores… Es un buen momento para rescatar nuestra creatividad, tantas veces olvidada.

También, en la cocina, es un buen momento para la creatividad: experimentar con nuevas recetas, o reencontrarnos con la libreta de la abuela y cocinar una buena “escudilla”…

La creatividad nos ayuda a ser más adaptables a los cambios, más “plásticos”. Es importante dejarla salir de vez en cuando. Aprovechemos la oportunidad que nos brindan estas fiestas para reencontrarnos con ella.